El milagro siempre viene.

“Oh, tú, que llevas impreso la imagen de Aquel que es nuestra vida y nos alimenta con su propia carne, acuérdate que es generosa y que el Crucifijo nunca dejó de mostrarse pródigo con todos ustedes; por lo cual, los que les quieren como a sí mismos, ¿Cómo no irán en su ayuda?”        

(San Antonio M. Zaccaria carta sexta)

   La paternidad de Dios es perfecta. Movido por un amor colosal, con afán de llevarnos a caminar rumbo a la vida eterna, colma nuestra vida de bienes materiales y espirituales.

  En el recorrido terreno, el ser humano, munchas veces, encuentra momentos de bonanza y desiertos. Sin embargo, es muy importante resaltar que en ambas situaciones, necesita de la gracia de Dios para vivir. Es decir, en los momentos de tranquilidad, precisa de su Creador para vivir con madurez cada segundo,  buscando acercarse cada vez más a su Artífice, sin olvidar que todas las gracias son regalos de Él que hace experimentar un poco de lo que será el gozo de la vida celestial. En las ocasiones de dificultad, el ser humano necesita de Dios, pues sin la inspiración Divina, no va a lograr atravesar el charco de barro sin ahogarse. El divino Maestro es la estrella que nos indica el camino a seguir.

   Muchos, llevados por su ceguera espiritual, dicen: ¡Yo no escucho a Dios! o, ¡Dios se olvidó de mí! Estas exclamaciones pueden ser contestadas con algunas interrogaciones: ¿En qué momento de su vida usted se detuvo para escucharLo? o, ¿Qué respuestas usted buscaba, las que realmente necesitaba o solo las que quería oír? Dios está dispuesto a ayudarnos, en todo momento nos abre puertas; nuestro egocentrismo, adyacente a la ceguera espiritual, las cierra o no nos deja verlas.  Todas las veces que un corazón quebrantado clama por el nombre de Jesucristo, Él se vuelve lo más cercano posible para atender a la súplica. El milagro siempre viene, pero muchas veces no se manifiesta como esperamos. Dios logra mirar más lejos, su mirada no está guiada por un sentimentalismo ciego, mas sí por un amor incondicional que nos regala, no con las cosas que queremos, sino con las cosas que necesitamos. En otros términos, muchas veces nuestras oraciones son movidas por emociones pasajeras, y no nos percatamos que nuestros pedidos serán, en el futuro, piedra de tropiezo en el camino por las “calles de la vida”. El verdadero padre no es aquel que siempre dice sí a sus hijos. El verdadero padre, no es aquel que hace la voluntad de sus hijos sin mirar las consecuencias. El verdadero padre, es aquel que cuando es necesario, dice no a sus hijos. El verdadero padre, es aquel que al escuchar los pedidos de sus hijos, evalúa la situación antes de tomar una decisión.  Así es Dios, en su infinita sabiduría, nos escucha y nos concede las gracias en la justa medida.

   Así pues, visto que la auténtica paternidad es aquella que, haciéndose presente, actúa con solicitud, se puede concluir que la paternidad de Dios es perfecta. Dios siempre escucha nuestras súplicas. Él, por más que la ceguera espiritual no nos lo deje percibir, siempre sacia nuestras reales necesidades. Por eso, no debemos temer, no debemos desesperar, pues el milagro siempre viene. Dios sabe el día, el lugar, la fecha y la medida cierta.

                                                                          Dom. Cavalcante Júnior-C.R.S.P

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