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El modelo de Nuestro Fundador


San Pablo apóstol y  san Antonio María Zaccaria

Para san Antonio María Zaccaria, san Pablo apóstol es el modelo y padre a seguir, para la familia religiosa por él fundada, ya que en este apóstol de los gentiles se reflejan las cualidades especificas que van de la mano con nuestro carisma, como hijos de san Antonio María, pues buscamos la renovación del fervor cristiano en el mundo. Hoy en día, este carisma está más vigente que nunca, pues vivimos en un mundo secularizado, es decir, donde se quiere  borrar todo indicio que nos lleve a Dios, por lo tanto, se entiende que como Barnabitas  debemos poseer el celo apostólico que poseyó san Pablo, en miras de la salvación de las almas.
Las herramientas que nuestro padre y fundador nos deja son: el Crucificado y la Eucaristía, tomándonos de éstas podemos dar el combate por la fe, como la hizo san Pablo, de manera tal que podamos ser fieles y dignos hijos de tan ejemplar predicador y  apóstol, que buscaba no su propio bien, sino la salvación de los demás. Por lo tanto, se hace necesario una unión profunda con el Crucificado, y como nos señala san Antonio en su tercera carta, debemos buscar un diálogo fluido con Cristo Crucificado, buscando en Él un a poyo y una respuesta a nuestras necesidades. De igual forma es en Él en quien debemos gloriarnos y no en nosotros mismos. Este parece ser el sentido primordial que san Antonio María quería para sus hijos e hijas, es decir, buscar una renovación en el fervor cristiano, pero partiendo del propio corazón, de lo contrario, difícilmente podremos llevar corazones a Dios, si nosotros no somos capaces de dar un ejemplo de elocuente testimonio de Cristo crucificado, pues es en Él en quien encontramos la salvación, la solución a nuestros problemas, él es quien da sentido a nuestra vida, de lo contrario vana sería nuestra fe, como diría san Pablo, pues es  a este Crucificado a quien amamos y adoramos vivo, presente y RESUCITADO, de una manera especial en la  Eucaristía, pues allí renueva su pasión, su entrega por cada uno de nosotros, entregándose Él mismo como alimento de salvación para el mundo. Sin duda alguna mucho nos ama Dios, que no bastándole entregar a su Hijo único a una muerte en cruz, nos lo deja presente substancialmente en el sacramento admirable de su amor la Eucaristía.
Así pues, no es menor la misión a las que estamos llamados como Barnabitas, Angélicas y Laicos de San Pablo, pues debemos hacer presente en nuestra actualidad a este Cristo Crucificado, pero vivo más que nunca en la Eucaristía, en donde nos muestra su corazón misericordioso, como fuente de amor y  misericordia para el mundo entero. Por lo tanto, busquemos ser fieles a la misión encomendada como familia zacariana, dentro de la Iglesia, pues cada instituto religioso enriquece a la Iglesia con sus distintos carismas y servicios al bien de los demás, con único fin la salvación de las almas, llevar a Dios al corazón de los hombres. Y nosotros además de tener al crucificado y la Eucaristía como herramientas para el combate, tenemos también a san Pablo como guía y modelo para nuestra misión, quien en las sagradas escrituras, nos entrega y ofrece una riqueza enorme en sus cartas a las primeras comunidades cristianas, en donde podemos percibir la entrega con la que buscaba llevar la salvación a los hombres, y lo hacía buscando la gloria de Dios, procurando generar en cada uno de ellos una conciencian especifica de lo que significa ser cristianos, que es mucho más que profesarlo de la boca para afuera, es vivir con convicciones profundas, con un estilo de vida que Dios ha querido para los que libremente hemos acogido su mensaje. Por lo tanto, una gran misión tenemos dentro de la Iglesia, y dentro del mundo entero, pero para poder cumplirla con elocuencia, debemos empezar nosotros mismos por vivir todo esto desde nuestra propia vida personal y comunitaria, y así poder seguir el trazado fundado por san Antonio María Zaccaria, quien toma a San Pablo como patrono, guía y modelo.

                                                                            Por: Diácono. Miguel -CRSP

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