“Jóvenes, en el corazón y en las manos de ustedes, está el destino de la humanidad” (Juan Pablo II).
No son pocas las personas que caen hoy en posturas pesimistas e indiferentes frente a los acontecimientos mundiales, marcados por las crisis económicas globales, el resquebrajamiento de las instituciones y los graves daños al medio ambiente.
En una sociedad que privilegia el individualismo, el hedonismo, el consumo irracional y un imperante relativismo moral, los jóvenes se ven imbuidos en vertiginoso torbellino que los confunde y arrastra hacia profundos sentimientos de vacío.
Es aquí, donde el mensaje de Cristo, portador de vida, verdad y esperanza, es la respuesta a los interrogantes de la sociedad postmoderna, especialmente para los inquietos jóvenes de este nuevo milenio.
El papa Juan Pablo II, quien tuvo especial afecto y cercanía con los Jóvenes, les dirigió palabras cruciales en uno de sus mensajes: “Jóvenes: sean ustedes portadores de un Cristo Joven, fuerza para el cambio, esperanza firme y semilla de vida eterna.”
Cristo, a través de su iglesia, hace una renovación a los jóvenes para ser portadores de un mensaje de esperanza, constructores de una sociedad en la que la justicia, la solidaridad y la paz sean respuesta a los problemas que enajenan al ser humano: “Jesús les necesita para renovar la sociedad actual”( Benedicto XVI).
Este nuevo siglo demanda jóvenes que, por su capacidad de discernimiento, no sean víctimas de la manipulación de campañas mediáticas que ofrecen falsos paraísos de placer sin control, de diversión, de plata y poder.
Se necesitan jóvenes con una conciencia sólida que oriente su actuar, sus decisiones y sentimientos a no ser juguetes de sus impulsos, jóvenes abiertos a las preguntas fundamentales sobre el sentido de la existencia humana, que no sigan sin criterio las corrientes esotéricas de moda , sino la voz de Dios que da respuesta a sus preguntas. Cada vez es más urgente la presencia de jóvenes que cultiven la oración y frecuenten los sacramentos, en sintonía con el sentido trascedente de su vida, que puedan decir, con san Agustín: “Señor, nos hiciste para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.
Esta primera década del siglo XXI necesita de jóvenes que pongan el entusiasmo y la vitalidad propias de su edad al servicio de Cristo y de la dignidad del hombre, prontos a la generosidad para con los pobres-enfermos, perseguidos, víctimas de abuso y violencia, puesto que son los predilectos del jóvenes Jesús, que recorrió los pueblos llevándoles su mensaje de vida plena.
Nunca como hoy la humanidad ha necesitado que los Jóvenes vivan plenamente su capacidad creativa, que desarrollen una sólida conciencia crítica que oriente su libertad responsablemente; jóvenes con su afectividad y sexualidad plenamente integradas a su desarrollo personal sin detrimento de su dignidad humana, que tengan presente que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, con capacidad para transmitir la vida.
De forma apremiante, la sociedad, la familia, la iglesia, necesitan jóvenes que den un sí renovado cada día a Cristo, capaces de confesar “tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, que es el salvador de todos los hombres”(1Tm4,10).
Fuente: Revista Católica de evangelización